Luna cumplió 6 años. Sí, seis. La semana pasada. Hace 6 años
empezaba un recorrido, un nuevo mundo, otras responsabilidades y una increíble
oportunidad: empezar a conocer realmente quién soy.
Podés leer mucho acerca de ser mamá, te pueden contar
historias, podés recordar haber cuidado un hermanito, podés tener horas y horas
de jugar a la mamá con una muñeca, pero la “realidad” supera todo y es única e
incomparable.
Todo será nuevo, dejará un surco, desde el pasaje a través
de nuestra vagina o vientre hasta todo lo que suceda después. Pero no sólo el
surco físico, también emocional.
Antes de nacer Luna recuerdo haber leído “La maternidad y el
encuentro con la propia sombra” de Laura Gutman (1). Y subrayaba algunas partes
que me parecían que iban conmigo y no lograba entender del todo cuál era la
sombra que tanto nombraba. Me agarraba de las cosas que me gustaban: la
lactancia, el sentirme mamífera, el bebé a upa todo el tiempo, pero seguía sin
hacerme eco de lo que planteaba realmente, más profundo y más allá de esos
detalles, de esa niña interior solitaria aflorando con cada llanto de nuestro
bebé.
Luna llegó a casa de papás primerizos inexpertos que
escuchaban mucho las otras voces y a veces le hacían mucho caso también (“qué
duerma fuera de la habitación a los 40 días”, “que tome cada tres horas” – por suerte
iba a las reuniones de La liga de la leche (2) y lo refutaba e eso, pero un
tiempo lo creía. “de una teta y luego de la otra”, y así miles). Recién
empezaban a hacerme ruidos algunos mandatos pero no lo sentía en profundidad.
Mucha teta, mucho upa pero Luna no paraba de llorar y ahí yo colapsaba y
lloraba más fuerte y le reclamaba al papá más presencia y él, cómo podía, trataba
de ayudar un poco. Sin tribu cerca, con mucha soledad a cuestas, iba
atravesando los primeros meses. Con dolor, con insatisfacción, creyendo que
nunca recuperaría mi vida pasada. Y en algún punto es real, la vida con hijos
no se parecerá jamás a la anterior. Va a tener un montón de nuevos condimentos,
pero no volverá a ser como antes. Y en ese pasaje de cambios, podemos
aprovechar y mirarnos, y conocernos. O también, en este devenir de nuestro
nuevo ser, podemos esforzarnos y pasar por todo rápido, sin que duela y sin
sentir toda la nueva situación.
Por un lado, yo me tomé la excedencia de la licencia por
maternidad y estuve 7 meses con ella. Y me decía en vos alta: son sólo tres
meses más de licencia convencional en toda una vida. Y me convencía. Pero
transitarlos era muy contradictorio. Empezar a trabajar, si bien lo deseaba, me
resultó difícil también pero por lo menos me escapaba por unas horas del mundo
de teta, pañal y llanto. Andaba con mi sacaleches a cuesta y no permitía que
Luna recibiera ni una gotita de leche de fórmula (hoy esto me causa gracia y
ternura). Pero igual no encontraba mi rumbo. Me sentía mal trabajando afuera,
me sentía mal en casa. Y ahí tuve que ajustar, revisar, preguntarme quién era,
qué quería, poner en práctica prueba y error y fui de a poco buscando cambios.
Y me equivoqué, según mis estándares exigentes de lo que sería ser una buena
madre, pero por mucho tiempo no me di cuenta.
Luego la vida me puso frente a otras puertas que abrí,
entré, miré, me interesaron más y así apareció mi segunda oportunidad y fui de
nuevo mamá y con Vicente me escuché más, cuestioné más y profundicé más. Y si
bien me llevó bastante tiempo “encontrarme” y conectarme, todo se iba
imponiendo ante mí de otra manera (parir en casa no fue en vano, ya me ponía en
contacto con otro mundo).
Después del año con Vicente, otras cosas empezaron a moverse
y empecé a transitar la escuela de formación de Laura Gutman (1) con todo el
trabajo personal que eso implica también y ahí también sufrí más y me encontré
cara a cara con la Carolina interna que tapaba agujeros y sombras con mucho
movimiento y accionar.
Por suerte con Luna tengo la oportunidad de reparar algunas
cosas que no me gustan de las que hice en el pasado. Igualmente y día a día,
mis dos hijos me ayudan a seguir creciendo y me ponen frente a diferentes
situaciones y aprendizajes.
También hay veces que pienso que la ingenuidad y la no
conexión son más fáciles para transitar más livianos. Pero no hay vuelta atrás
y la mamá que soy hoy me gusta más que la anterior pero me cuesta horrores. No
me es fácil, no me sale fácil. Pero bien vale el desafío.
Y sí creo que a partir del momento que devenimos madres,
jamás seremos las mismas. =)
(2)
http://www.ligadelaleche.org.ar/
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